Ojeando el Libro
de La Línea de mis Recuerdos de Enrique Sánchez-Cabeza Earle nos encontramos
con estos antecedentes, que a continuación podéis leer y al que tituló
SIETE
LUSTROS ATRÁS:
Histórica y primitivamente, las ciudades
surgieron o se fundaron por impulsos religiosos, alrededor de los templos; al
pie de los muros de los castillos feudales o de las fortalezas, buscando ayuda
y protección ante el temor de ataques de otros pueblos vecinos. En tiempos más cercanos,
los intereses comunes en la explotación de la tierra, y en los más próximos, las
necesidades de la industria determinan las aglomeraciones o concentraciones
humanas que van dando vida a las ciudades que pueblan la tierra. Estos,
generalmente, fueron los patrones que sirvieron para la creación de las
ciudades.
A la vista de estas consideraciones,
resulta curioso observar que La Línea surge de un modo esporádico, ya que no
obstante su relativa corta existencia, sus historiadores o aquellos que han
intentado investigar sus orígenes, no han logrado ponerse de acuerdo sobre este
particular.
Descartado el motivo religioso nuestro
primer templo, la Parroquia de la Purísima, es posterior a la existencia de La
Línea como municipio independiente, los derivados de la explotación de la
agricultura tampoco influyen puesto que con ésta nunca se pudo contar como una
fuerza positiva ya que, de una parte, lo reducido de nuestro término municipal
-veinte kilómetros cuadrados aproximadamente- y de la otra, la calidad misma de
las tierras, en su mayor parte integradas por una considerable extensión de
arenas movedizas, el producto que podía obtenerse de su cultivo, era ínfimo. La
consideración más lógica y, por tanto, razonable, a juicio de Sánchez-Cabeza Earle, es la de que
nuestro pueblo, como núcleo de población, surgió, de modo incipiente, a la
sombra de la "línea de
fortificaciones" que apoyada en sus extremos por los Castillos de Santa Bárbara y de San Felipe,
dieron nombre a nuestro pueblo y elementos para su escudo. Y me inclino por este
supuesto, porque el mismo hecho de que a lo largo de esta fortaleza acampasen
durante largos períodos, tropas relativamente importantes en número, hace
presumir que fueron surgiendo pequeños negocios –modestos comercios, cafés, tabernas,
etc. - puesto que no se trataba de un ejercito en campaña a campo abierto, con
líneas movibles, sino de una importante guarnición, durante largos períodos
sedentaria, que tenía necesidad, en esos periodos, de una vida civil, como
mínima exigencia humana.
Frente a estas consideraciones, pueden
oponerse las razones de carácter militar que sirvieron durante muchos años para
frenar el progreso de La Línea, como fueron, en los albores de nuestro pueblo,
la prohibición de levantar edificaciones
fijas y no permitir la construcción de vías de comunicación que nos acercasen,
en las dos direcciones, al resto de España; en fin, por todas aquellas
sutilezas de carácter estratégico que impidieron y siguen impidiendo, a nuestro
pueblo crecer normalmente y desarrollarse con la fuerza que podía imprimirle el
impulso creador de la gente emprendedora y aventurera, en la acepción positiva
de esta palabra, que la fueron poblando cuando, pujada por la miseria,
abandonaba sus amados terruños en busca de horizontes más propicios y aquí
encontraban pan y vestido, techo y diversión honesta, a la sombra del Peñón
que, aunque en manos extrañas y hostiles, tal vez muy a pesar de las propias
intenciones del imperialismo británico, tan repugnante en su esencia como todos
los de su misma naturaleza quede a salvo, para evitar erróneas
interpretaciones, los sinceros sentimientos de solidaridad de Sánchez-Cabeza, con las clases populares del pueblo inglés al
que estaba unido por irrenunciables vínculos de sangre, de lo que se sentía
orgulloso, prestó a España el gran servicio de salvar para ella el admirable
potencial humano que se integró en la población que se convertiría, con el tiempo,
sólo unos cuantos años bastaron para ello- en la ciudad noble y laboriosa que
es hoy nuestra amada patria.
Fuese por una razón u otra, el hecho
cierto es que nuestros pioneros aparecieron aquí y entonces, improvisando
modestísimas viviendas de carácter rudimentario, casi primitivas, con trozos de
árboles, manojos de juncos secos, tablas y láminas metálicas.
Luego, firmado el Tratado de Utrech, abandonado el sueño de la reconquista bélica
del Peñón, establecidas, de forma precaria al principio, relaciones comerciales
con la ciudad fortaleza vecina. La Línea futura iría surgiendo, titubeante, temerosa, insegura, consciente de su debilidad
frente a tantos prejuicios como se alzaban ante ella. Y los sólidos muros de la
fortaleza recién destruida, fueron sustituidos, con el tiempo, por una frágil
alambrada que sólo cumplía fines de defensa fiscal, a unos centenares de metros
del sólido enrejado con que el imperialismo británico, a la brava y abusando de
una generosa y humana concesión de España, fijó los nuevos límites del territorio
sustraído a la soberanía española.
Seccionando esa alambrada, el Gobierno
español levantó las modestas instalaciones de la primitiva aduana y, próximo a
éstas, irían construyéndose más tarde el cuartel de Ballesteros, el de
Carabineros, el sólido edificio de la Comandancia Militar y el de su Cuerpo de
Guardia, que de hecho fijaron
-impusieron, sería, a juicio de Sánchez-Cabeza, el término más justó los
límites de la normal expansión hacia el sur de la población que ya se presentía,
pujante y arrolladora.
Fue
en esta área territorial, donde se produjo el "milagro". Porque sólo
a milagro podría atribuirse el que, a pesar de la drástica disposición dictada
desde Madrid el día 24 de julio de 1862, que prohibía construir y reparar las
edificaciones de mampostería existentes en nuestro territorio municipal,
disposición que fue derogada ocho años después -el 20 de julio de 1870-,
resulta sorprendente que en 1869 los vecinos de la aldea de La Línea, al
solicitar la segregación de ésta, del Municipio de San Roque, pudiesen afirmar
que el nuevo núcleo de población estaba integrado por una decena de calles, un
par de plazas y contaba con comercios, alguna industria y los servicios
necesarios para una vida municipal independiente.
Si nos detenemos a considerar este hecho,
precisamente ahora, en esta época de los "milagros" -el milagro
español, el alemán, el japonés,. . . - no cabe duda que los linenses podríamos
hablar de nuestro "milagro", que en realidad no es tal, sino el fruto
de la tenacidad de aquellos antepasados nuestros, de su voluntad indomable, de
su admirable decisión de ser e imponerse.
Y los
milagros" seguirían produciéndose y así fue.
Cuando los muros de la antigua línea
fortificada dejaron de ser baluartes contra el enemigo extranjero, para
convertirse en dique que contenía, frenándola, la avalancha de legiones de inermes huestes que la desesperanza y la pobreza
empujaron hasta aquí, en busca del pan y la sal que se le negaba o regateaba en
sus lugares de origen y razones estratégicas y fiscales hicieron posible la
insultante existencia del "Campo
neutral" en aquel espacio de tierra de soberanía española
indiscutible, los hortelanos que llevaban a vender en Gibraltar los productos
de sus huertos y los trabajadores que
allí prestaban sus servicios, se veían obligados a recorrer los seis o siete
centenares de metros que separaban "las
puertas de La Línea” de la caseta de los "Primeros Inspectores", a campo traviesa por senderos polvorientos
o fangosos, según la época del año y las condiciones climatológicas, nuestros
abuelos llegaban, lamentable y forzosamente, a conclusiones deprimentes.
Allí estaban, codo a codo, a veces frente a
frente, Inglaterra y España. El mal llamado "Campo neutral", cuya atención correspondía al Gobierno
español, descarnado, desolado, cubierto de un débil pasto, surcado de norte a
sur por una mal llamada carretera -en realidad algo más cercano a un camino de
herradura que a un simple camino vecinal- intransitable la mayor parte del
tiempo, incluso para los carruajes tirados por caballerías. Y del otro, "Puerta de Tierra" en manos
de Albión, con una magnífica carretera flanqueada por arbolados andenes y,
estos a su vez, por pabellones militares y cuidados jardines. Esta carretera,
construida por los ingleses, servía para facilitar a los españoles que vivían
de su trabajo o de sus modestas transacciones comerciales en el Peñón, un
cómodo acceso a Gibraltar. La vida empezaba a ser para nuestros compatriotas, menos dura, más humana, tan solo
con dar el paso que separaba el "Campo
neutral" de los terrenos de "Puerta
de Tierra". Esta era una realidad evidente, palpable. No era una
invención. Estaba allí, como del otro lado, del nuestro, doliéndonos,
lacerándonos, también estaba allí, mostrando la torpeza del Gobierno de Madrid
y la terquedad, fuera ya de época, de bus asesores militares, oponiéndose a la
sustitución de la maltrecha, inservible, inoperante, carretera provincial, por
una que cumpliese adecuadamente, cubriéndolas, las necesidades de nuestra
población en sus, cada día, más importantes relaciones con la vecina plaza.
La lucha fue dura. Casi medio siglo de
sacrificios, de perseverancia, de tenaz decisión en el empeño. No estaba sólo
en juego un camino más o menos bien apisonado. La lucha se libraba, además, por
algo más importante. Era España y su prestigio lo que también estaba allí en
juego. No había lugar a desmayar. Y la batalla se libró, silenciosamente unas
veces, a golpes de gargantas de gentes que sacrificaban todo -la libertad,
junto con su bienestar y el de los suyos- gritando nuestra verdad, nuestra razón,
exigiendo justicia, reclamando sensatez y auténtico patriotismo.
Y como en los bellos versos de Antonio
Machado, tan magníficamente popularizados por Juan Manuel Serrat, "se hace camino al andar". Caminos
de esperanza, simbólico, de conquista y de reconquista. Camino que lo material,
comenzó por débil brecha, marcando surcos sobre una tierra no muy firme, que el
tesón de muchos españoles honrados, laboriosos, salvados por la patria,
endureciéndolo, apisonándolo con la firmeza de sus pasos y humedeciéndolo con
el sudor de su frente, lo mismo en el verano que en el invierno en que el
levante azota, impío, inclemente. Y luego, cada tarde, lloviese o ventease,
acariciase la brisa o el calor mortificara todavía con sus últimos coletazos,
nuestros padres, nuestros abuelos, seguirían "haciendo camino", cansados, después de la jornada
agotadora, pero felices de volver al hogar, llevando consigo una libra de
azúcar, un cuarterón de café, unas velas, un pan de "lata" -¿seguirán
fabricándolo tan bueno? - y otros productos de idéntica naturaleza que, adquiridos
en Gibraltar, contribuían a reforzar, por su baratura, la economía doméstica.
Y así, día tras día, los fundadores de
nuestro pueblo y sus hijos y los compatriotas que desplazándose de los cuatro
puntos cardinales de la geografía hispana, llegaron después, en ese diario
ir y venir, algunos conscientes, muchos otros sin darse precisa cuenta de ello,
pero todos firmes en su auténtico españolismo, que no quiere decir fácil patrioterismo
de charangas sensibleras, estaban librando, sin ruido, silenciosamente, aquella
gran batalla contra la estupidez y los prejuicios.
Sí; fueron muchos años de andar y
desandar, "de hacer camino al andar".
Pero, al fin, la voluntad y el empeño tesonero se impusieron, el camino dejó de
ser brecha, tosco sendero de barro afirmado por el ir y venir de centenares, de
miles, de decenas de miles de hombres honestos, de eficientes trabajadores, de
admirables padres de familia, de fieles españoles, que si la necesidad les
obligaba a alquilar sus brazos y su inteligencia a empresas extranjeras en
tierra usurpada a la soberanía patria, a ésta regresaban cada tarde con el
producto de su honrado trabajo, conscientes, además, que, a pesar de todas las
injusticias y de tantas incomprensiones por parte de aquellos que jamás
supieron llegar a la entraña de los hechos y mucho menos comprender la gran
lección derivada de las circunstancias históricas, imponían sus condiciones,
salvando para España todo lo que en aquellos momentos podía salvarse: la
religión, la lengua, la cultura. . .
Porque gracias a aquellos españoles,
trabajadores en Gibraltar, en la fortaleza inglesa, los gibraltareños, no
importa cual fuese su origen, los
Montegriffo’, los Ruggeri, Los Rizo, los Stagneto, los Rapallo, los Dudley, los
Griffits, los Damato, los Hassan, los Serfaty, los Azaguri, los Benamor, los
Cohén, los Levi y tantos otros, llegados de Italia, de Malta, del Norte de África
y hasta, en algunos casos, de la propia metrópoli inglesa, el paso de los años,
casi insensiblemente, la convivencia con los españoles que diariamente cruzaban
la frontera procedentes de La Línea, habían acabado por imponerles su idioma,
sus gustos, sus costumbres, sus aficiones. Y el idioma de aquel heterogéneo
conglomerado que integraban la población civil gibraltareña, fue español, sus
periódicos más importantes -"El
Calpense" y "El Anunciador"- se escribían en castellano por periodistas
españoles y todas las manifestaciones de la cultura -las artes y las letras-
denotaban una decisiva influencia hispana.
Este fue, sin duda el más notable, por su
alcance espiritual, de los logros obtenidos por nuestros antepasado en los siete
lustros que antecedieron a la llegada a este mundo de la gente de la generación
de Sánchez-Cabeza Earle, para la cual ya no fue motivo de asombro la maravilla
del alumbrado eléctrico; muchas de nuestras calles habían dejado de ser
insalubres arenales para lucir modestos empedrados que pronto darían paso a un
más cómodo sistema de adoquinado; los pozos negros, que habían ido sustituyendo
a las primitivas letrinas, transformándose, en otro paso más hacia el
mejoramiento urbano, en las más modernas fosas sépticas.
Este era el pueblo, en su aspecto
material y humano, el pueblo que nos habían preparado, en sus treinta y cinco
años de lucha generosa y de fecundo trabajo, para recibirnos. Esta era, en
perspectiva y difusa panorámica, la
villa de La Línea en 1905, que ocho años más tarde nos enteraríamos
alborozados, que don Alfonso XIII elevaría al rango de ciudad.
Para todos aquellos héroes anónimos,
forjadores de este trozo de patria, que ellos supieron dignificar con el
quehacer de cada día; para todos aquellos que nos legaron, como la más preciada
herencia, el invaluable tesoro de su maravilloso ejemplo, mi gratitud y
devoción, de linense y de español.
Durante estos asedios y sobre todo desde 1704 se fueron instalando en esta zona diferentes, vendedores, ganaderos y sobre todos hortelanos para surtir a las tropas que asediabanla Plaza. Estos labradores, no sabían que no solo estaban labrando
la tierra sino que estaban labrando el nacimiento de una Aldea la que es hoy la Ciudad de La Línea de la Concepción.
Pero ahondemos un poco mas en esos comienzos entre 1730 y 1810 y para ello nos iremos esta vez al libro de Francisco Tornay de Cozar titulado, La Línea de Gibraltar. 173-1810 (Origen Histórico militar de La Línea de la Concepción)
Los ingleses, más fortalecidos que nunca en su posesión colonial de Gibraltar, casi inmediatamente inician una política de expansionismo fuera de los límites de la fortaleza, que el tratado de Utrecht tan claramente específica, que son las mismas murallas de la plaza. Pero llamados al orden por el gobierno español, ellos alegan, según el representante de Inglaterra en Madrid, Mr. Keene, los argumentos de que cuando se cede una plaza fuerte, se cede al mismo tiempo todo el territorio que cubre la artillería de la fortaleza. En consecuencia, y para salir al paso de las pretensiones británicas de dominio sobre el istmo, España recurre a una medida de singular importancia: La construcción de una plaza fuerte en esos terrenos del istmo que une Gibraltar con la península, aprovechado para ello las numerosas fuerzas militares españolas que guarnecen dicho istmo. Esta plaza fuerte, que se conoce como «Línea de Gibraltar», comienza a construirse exactamente en 1731, y de ella, como ya hemos indicado anteriormente, es originaria la actual Línea de la Concepción, a cuyo frente se destinó como Gobernador a un Brigadier General de los ejércitos españoles, subordinado al Comandante general del Campo de Gibraltar con su Cuartel General en San Roque.
Hasta aquí hemos relacionado en síntesis los diferentes proyectos para la toma de Gibraltar, como el uso de algunos tipos de bombas y balas utilizadas por la artillería de todos los países, para ya concretarnos en los preparativos e inicio del tercer o gran sitio de Gibraltar. Pues mientras el General Mendoza fue Gobernador del Campo de San Roque, no se disparó un solo tiro por ninguna de las partes contrincantes, aunque la guerra ya se había declarado el 16 de julio de 1779, pero en cuanto dicho general fue sustituido por el Teniente General don Martín Álvarez de Sotomayor y la flota del Almirante don Antonio Barceló entraba en la Bahía de Algeciras, daba comienzo oficialmente el asedio o bloqueo de la plaza de Gibraltar. En esta ocasión Álvarez de Sotomayor ordenó al jefe del fuerte de Santa Bárbara que disparase un cañonazo, como aviso de que se rompían las hostilidades entre La Línea y Gibraltar. Correspondiendo a este aviso, los cañones de Gibraltar que no habían disparado desde el sitio de 1727, abrieron un nutrido fuego hacia el Norte, pero como ...«Los primeros disparos de nuestras baterías cayeron muy lejos de las líneas españolas, tuvimos que elevar el tiro considerablemente». Durante ese día y su noche se dispararon quinientos tiros y granadas, y esto ocurrió durante dos meses, salvo el fuego ocasional que se hacía desde el Fuerte de San Felipe, contra los barcos o navíos británicos que se acercaban demasiado a dicho fuerte.
«Tengo que pasarme al moro
y tengo de renegar;
tengo de ser más pirata
que Barselón por la mar».
Continuará .........
Tomas
y Sitios a Gibraltar
Toma
de Gibraltar (1275), conquista de la ciudad por los benimerines.
Toma
de Gibraltar (1294), conquista de la ciudad por los nazaríes.
Toma
de Gibraltar (1309), conquista de la ciudad por los castellano-leoneses
al mando de Fernando IV de Castilla y Alonso de Guzmán.
Sitio
de Gibraltar (1313), un infructuoso intento benimerín por reconquistar
la ciudad.
Toma
de Gibraltar (1333), conquista benimerín de la plaza.
Sitio
de Gibraltar (1333), un infructuoso intento castellano-leonés de
recuperar la plaza.
Sitio
de Gibraltar (1349-1350), un infructuoso intento castellano-leonés de
recuperar la plaza, en el transcurso del cual murió Alfonso XI de Castilla.
Toma
de Gibraltar (1374), conquista nazarí de la plaza.
Toma
de Gibraltar (1411), victoriosa reconquista nazarí de la plaza, tras
rebelarse contra su dominio.
Sitio
de Gibraltar (1436), un infructuoso intento castellano de recuperar la
plaza.
Toma
de Gibraltar (1462), por los castellanos al mando de Alonso de Arcos.
Toma
de Gibraltar (1467), por el Duque de Medina Sidonia.
Sitio
de Gibraltar (1506), por el Duque de Medina Sidonia.
Saqueo
de Gibraltar (1540), por Barbarroja.
Toma
de Gibraltar (1704), conquista angloholandesa de la plaza en nombre del
Archiduque Carlos, en el transcurso de la Guerra de Sucesión Española.
Sitio
de Gibraltar (1704-1705), un infructuoso intento franco-español de
recuperar la plaza, en el transcurso de la Guerra de Sucesión Española.
Sitio
de Gibraltar (1727), un infructuoso intento español de recuperar la
plaza, en el transcurso de la Guerra anglo-española de 1727-1729.
Sitio
de Gibraltar (1779-1783), un infructuoso intento español de recuperar
la plaza, en el transcurso de la
Guerra de Independencia de los Estados Unidos.
Durante estos asedios y sobre todo desde 1704 se fueron instalando en esta zona diferentes, vendedores, ganaderos y sobre todos hortelanos para surtir a las tropas que asediaban
Pero ahondemos un poco mas en esos comienzos entre 1730 y 1810 y para ello nos iremos esta vez al libro de Francisco Tornay de Cozar titulado, La Línea de Gibraltar. 173-1810 (Origen Histórico militar de La Línea de la Concepción)
«La Línea
de Gibraltar»
indudablemente nace como consecuencia de la pérdida de Gibraltar en 1704,
cuando en aquel mismo año el Rey de España Felipe V ordenaba al Marqués de Villadarias, a la sazón
capitán general de Andalucía, que pusiera sitio a dicha plaza para rendir a los
ingleses que la habían ocupado sin estar en guerra con España. Fracasado este
primer intento de recuperar la plaza, el ejército español levanta el asedio;
sin embargo, a fin de vigilar el istmo y oponerse a una posible invasión del
resto del territorio, establece una guarnición permanente en esta zona y crea
el Gobierno Militar del Campo de Gibraltar, primeramente con sede en San Roque
y posteriormente en Algeciras.
En esta situación de vigilancia constante
y cuando ya han transcurrido veintitrés años —esto es, en 1727— y declarada la
guerra entre España e Inglaterra, en febrero de dicho año Gibraltar es sitiada
nuevamente. Este bloqueo y ataque a la plaza sólo dura cinco meses, con un
resultado negativo para la causa de la corona española. Y quedaron suspendidas
las hostilidades mientras se procedía a las negociaciones del Tratado de Sevilla de 1729, por el que
se confirmaba la posesión de Gibraltar por Inglaterra, ya cedida por el Tratado
de Utrecht de 13 de julio de 1713.
Los ingleses, más fortalecidos que nunca en su posesión colonial de Gibraltar, casi inmediatamente inician una política de expansionismo fuera de los límites de la fortaleza, que el tratado de Utrecht tan claramente específica, que son las mismas murallas de la plaza. Pero llamados al orden por el gobierno español, ellos alegan, según el representante de Inglaterra en Madrid, Mr. Keene, los argumentos de que cuando se cede una plaza fuerte, se cede al mismo tiempo todo el territorio que cubre la artillería de la fortaleza. En consecuencia, y para salir al paso de las pretensiones británicas de dominio sobre el istmo, España recurre a una medida de singular importancia: La construcción de una plaza fuerte en esos terrenos del istmo que une Gibraltar con la península, aprovechado para ello las numerosas fuerzas militares españolas que guarnecen dicho istmo. Esta plaza fuerte, que se conoce como «Línea de Gibraltar», comienza a construirse exactamente en 1731, y de ella, como ya hemos indicado anteriormente, es originaria la actual Línea de la Concepción, a cuyo frente se destinó como Gobernador a un Brigadier General de los ejércitos españoles, subordinado al Comandante general del Campo de Gibraltar con su Cuartel General en San Roque.
La construcción de esta línea
fortificada, aunque España estaba en su derecho soberano sobre el territorio
del istmo, alarmó al Gobernador Militar inglés de Gibraltar, quien de inmediato
pidió a su gobierno en Londres que obligase a España a suspender los trabajos
de construcción de dicha «Línea», pero al no tener éste argumentos válidos que
exponer a España, no atendió la petición del gobernador. De esta forma, ambas
fortalezas se mantuvieron frente a frente con el statu quo de un campo neutral,
tramo del istmo entre dos plazas fuertes, hasta la Guerra de Independencia de
los Estados Unidos de América. Declarada una vez más la guerra entre España e
Inglaterra en junio de 1779, da comienzo un tercer sitio de Gibraltar. Y un
ejército español al mando del General Álvarez
de Sotomayor y escuadra naval, mandada por el Almirante Barceló, intentan
rendir la plaza por hambre y fuego de artillería. Pero defendida
inteligentemente la fortaleza por su Gobernador inglés, general Sir. George Augustus Elliott, resiste ésta todos los
ataques y bloqueo terrestre y marítimo durante cuatro largos años, después de
haber roto el bloqueo por mar y rechazar los ataques por tierra de las fuerzas
hispano-francesas, últimamente mandadas por el Duque de Crillón. Ante este nuevo fracaso, el Rey de España Carlos III
ordena levantar el sitio el 3 de septiembre de 1773 y se ve obligado a firmar
el Tratado de Versalles, otra vez
con la susodicha ratificación del Tratado de Utrecht, que como una pesadilla
seguiría empañando la dignidad nacional española. No obstante, las fortalezas
de la «Línea de Gibraltar»
continuarían intactas durante más de 20 años, cerrando toda comunicación
terrestre con Gibraltar.
En estas circunstancias se produce la
invasión napoleónica de la península Ibérica a principios del siglo XIX y ya
Francia en guerra con Inglaterra, España firma una alianza de mutua defensa con
Inglaterra, a fin de combatir a los ejércitos de Napoleón Bonaparte. Los
ingleses, como siempre, no pierden el tiempo, y una de las primeras medidas que
toman en Gibraltar es la voladura de las fortificaciones españolas de «La Línea», con el pretexto de que
esta fortaleza podría caer en poder de los franceses que, por aquellas fechas
de 1810, se aproximaban al Campo de San Roque. Y el resultado de dicha demolición
no pudo ser más propicio para los viejos planes británicos de expansionarse por
el istmo, al quedar eliminada la barrera militar que durante tantos años había
cerrado el camino hacia el Norte, que tanto había preocupado a los gobernadores
ingleses de Gibraltar.
Tras el
segundo sitio de Gibraltar, en el año 1729 poco antes de la firma del Tratado de Sevilla, y hasta un año después
de dicha firma, las numerosas fuerzas militares españolas que habían
participado en el asedio de la plaza de
Gibraltar en 1727, aún se encontraban acampadas en el istmo y sus contornos,
aunque, eso sí, ya retiradas de sus trincheras y posiciones junto a la base del
Peñón y alojadas en barracones instalados más a retaguardia. Estas fuerzas se
encontraban al mando del Conde de
Montemar por ausencia del Conde de
las Torres; fue entonces cuando dichas fuerzas comenzaron a trazar una
línea fortificada para cerrar el istmo de mar a mar, un valladar defensivo que pasado
el tiempo, como más adelante veremos se llamaría «Línea de Gibraltar».
En el año 1730 ya el Rey de España Felipe V muy enfermo, la Reina doña Isabel de Fernesio, que en realidad era la que
gobernaba, comenzó a sentirse preocupada por la creciente tirantez en las
relaciones con las potencias de Europa. Y porque varios sucesos y violaciones
de lo tratado habían ocurrido en Gibraltar, como la de dar amparo y proteger a
varios buques corsarios moros por órdenes expresas de su Gobernador Clayton. Y como la
protesta de Joseph Sabine, nuevo
gobernador de Gibraltar en 1730, de que era una humillación infamante para el Rey Jorge II, tener que pedir
autorización cada ocho días, para que se abriera la comunicación por tierra con
España. También las confesiones británicas de que se utilizaba Gibraltar como
centro de comercio de contrabando. Y la manifiesta preocupación británica por la
construcción de la citada línea fortificada española en el istmo, expresada en
el siguiente escrito: «Keene estaba
muy preocupado por lo que pudiera suceder. Le inquietó enterarse de la
presencia en San Roque y Algeciras del ingeniero militar, hijo del célebre Marqués de Verboom. Por lo que pidió al
Marqués de la Paz le diera explicaciones,
recibiendo de este la respuesta seca de que: «El Rey de España era dueño de
hacer lo que considerara adecuado en sus propios territorios».
El Marqués
de la Paz, no hizo caso de la impertinente advertencia de Keene, de que la construcción de
fortificaciones en la zona, lo que según él explicaba la presencia de Verboom, encolerizaba al pueblo de
Inglaterra contra España. De lo que ahora se trataba era de la construcción de
una muralla con reductos o fuertes que pudieran alojar baterías fijas de apoyo.
Se fijarían a una distancia de unas 700 toesas, es decir, a 1.400 metros del
Peñón. A este respecto el 8 de diciembre de 1730, Keene informó nuevamente a Newcastle:
«He
renovado mis peticiones al señor Patiño
(subsecretario de Estado), sobre este asunto en la forma más enérgica, y le he
acusado de haber iniciado las hostilidades al abrirse camino, dentro del
alcance de un tiro de cañón desde Gibraltar...».
Contestó a mis quejas que la Línea que se
estaba formando en Gibraltar estaba detrás de las barracas que ellos poseían
desde la suspensión de las hostilidades y que está en territorio del Rey de
España y que por ello tenía tanta libertad de ganar terrero allí, de la misma
forma que nosotros proseguíamos nuestras obras en Gibraltar, «donde piensan que estamos montando una
batería de tiro horizontal». Keene
quería comprobar si la muralla estaba dentro del alcance de un tiro de cañón;
afirmaba que su construcción era un acto de hostilidad. Patiño, contestó «que se
trataba de una barrière, no sólo
frente a nosotros, sino frente a los moros que podían penetrar en España por
Gibraltar, que estaban en continuo comercio con nosotros». Keene contestó «que contra los moros, servirían de la misma forma unos centinelas»
cerca de media legua más atrás.
Esta reclamación, para gran sorpresa de Patiño, se hizo oficial en mes de mayo siguiente.
Keene le visitó dos veces el día 16
para informarle que el gobierno británico no toleraría la situación; la línea
de murallas tenía que ser destruida; no se debería permitir que tropas
españolas estuvieran dentro de un radio de 2.500 toesas de Gibraltar. Patiño replicó nuevamente contra la
pretendida distancia de 5.000 yardas que, decía, les situaría al otro lado de San Roque y que era la más injusta
pretensión que podía imaginarse, cuando, según el tratado de Utrecht, no debía
haber ninguna jurisdicción territorial. Reafirmando la interpretación española
de la cesión de Gibraltar, la ciudad y la fortaleza y nada más; todo el terreno
«hasta el glasis» permanecería
español.
En cuanto a la demolición de los trabajos
que se están realizando actualmente, debo tener la plena seguridad... (Keene proseguía en su largo informe a
Newcastle) de que si el universo entero cayera sobre el Rey para hacerle
desistir de ello, antes se dejaría cortar en pedazos que consentirlo, ya que
había considerado plenamente su derecho evidente al territorio donde estaban construidas,
y también podríamos pretender hasta Cádiz, en virtud de nuestros tratados en cuanto al trozo de
terreno donde estaba la línea; que estuviera más lejos de un tiro de cañón
disparado horizontalmente (punto en blanco), que es todo lo que podíamos pedir
con justicia».
Patiño no quiso correr el riesgo de provocar la
ira del Rey comunicándole una petición tan ultrajante... Keene, presionado por Londres, visitó al superior de Patiño, Marqués de la Paz: «ni puerto, ni tropas, ni guardas o centinelas o
patrullas que estén dentro de las 5.000 yardas. El Marqués informó de ello al
Rey a quien, según se desprende del informe de Keene a Newcastle, no le
hizo gracia y envió a Keene una
contestación oficial, en términos diplomáticos, no sin antes haberle reconvenido
sobre los trabajos españoles de defensa».
No podía ordenar al Rey de España lo que
podía o no hacer en sus propios territorios y menos aún con modales tan
humillantes, por lo que: «En Real Orden
de 2 de noviembre de 1730, comunicada por el gobierno de S. M. al director
de Ingenieros, don Isidro Próspero de
Verboom, se le mandó construir las fortificaciones que con efecto se
construyeron, desde el campo frente a Gibraltar hasta Puntamala; y al
explicarle el pensamiento que movía al gobierno español a tomar esta
disposición, se le dijo que no era sólo el cortar la comunicación de tierra con
la plaza, sino señorearse de la bahía para evitar que los buques ingleses
pudiesen anclar fuera de los muelles del Peñón, porque si se toleraba esto por
falta de fortaleza española se acabaría por reclamarlo como derecho. Prevención
previsora, cuyo fundamento ha justificado lo ocurrido después de la ruina de
los fuertes de Santa Bárbara y San Felipe (19).
Como se anota más arriba la Real Orden de
2 de noviembre de 1730, venía a ejecutar un proyecto que diez antes en 1720,
presentara a Felipe V el muy experto ingeniero militar belga Marqués de Verboom
al servicio de la Corona de España.
Jorge
Próspero de Verboom, nació en Amberes en 1665, era hijo de Cornelio que
murió en los Países Bajos, siendo ingeniero mayor de los ejércitos del Rey de España.
Próspero de Verboom realizó en 1702
algunos trabajos para el célebre Vauban (ingeniero militar francés). En 1703
solicitó del Rey Felipe V volver al
servicio activo y en diciembre de 1709 fue ascendido a Teniente General de los
Reales Ejércitos y poco más tarde Ingeniero General del Ejército. Por cierto
que en los reales decretos de Felipe V,
después del preámbulo se lee lo siguiente:
«He
resuelto elegiros y nombrado Ingeniero General de mis Ejércitos, plazas y
fortificaciones de todos mis reinos, provincias y Estados en cualquier parte
que sea y os hallarais, dándoos y concediéndoos todas las honras y exenciones
que os pertenece por razón de derecho puesto, el cual os he conferido para que
atendáis a todas las funciones que se ofrecieran en este cargo, tanto en mis
ejércitos como en los sitios de plazas, ciudades, villas, puertos de mar y de
tierra, presidios, castillos y otro cualquier puesto, ocupados por los
enemigos, donde os emplearéis en dirigir los ataques, bombardeos, formar líneas
de “circunvalación” y “contravalación” cuando fuera necesario y ordenar las
trincheras, baterías y demás obras que hallaréis convenir para reducirlas a
nuestra obediencia, como asimismo hacer y ordenar las disposiciones para la
defensa cuando el caso lo requiera, corriendo de vuestra dirección todas las
fortificaciones que se hicieran en sus plantas y proyectos para hacer nuevas plazas,
mudar o añadir fortificaciones a las antiguas, extinguir y deshacer las
inútiles, para que yo pueda hacer juicio de ellas y daros órdenes que
convinieran a mi servicio, y para mayor bien y ventajas de mi servicio, y a
este fin, os encargo y mando hagáis examen de los ingenieros que se presentaran
para entrar a mis servicios y ejercer este empleo dando los testimonios según
el momento e inteligencia en este arte, para que sepan ejecutar las obras en la
forma y realidad que requiere dicho arte y fabricar de ellas».
En 1710 Verboom propone al Rey un plan para organizar a los ingenieros que aprueba
Felipe V, creando en abril de 1711
el Cuerpo de Ingenieros Militares Español. En 9 de enero de 1727 Verboom es nombrado Vizconde de Mienvorde, título que es
anulado en esa misma fecha y se le otorga el de Marqués de Verboom, pero un mes después en febrero del mismo año
de recibir tales honores, el Rey de España decide recuperar la plaza de Gibraltar que había perdido en 1704. Y en 1728 ya
existían ingenieros calificados y con sus correspondientes categorías, pero
hasta 1756 no recibirían sus asimilaciones y graduaciones militares. Durante el
sitio de Gibraltar en 1727 Verboom es
nombrado Ingeniero General para ese ejército, pero no pudo entenderse con el
General en Jefe Conde de las Torres,
pues entendía éste atacar por tierra y Verboom
opinaba que debía hacerse por mar. Entonces, Verboom regresó a Madrid y fue reemplazado por el ingeniero don Antonio Montagut; luego se demostró
que Verboom tenía razón, ya que al
llevarse a cabo los planes del Conde de las
Torres se sufrió una humillante derrota ante Gibraltar. Verboom estuvo enfermo largo tiempo, y
en febrero de 1731 se instaló en la Ciudadela de Barcelona donde falleció el 19 de enero de 1744.
Verboom supo
imprimir al Cuerpo de Ingenieros Militares, las cualidades de lealtad,
disciplina, probidad, amor al estudio y a la profesión que desde entonces le ha
distinguido. El 17 de noviembre de 1731 fue nombrado Capitán General de los Reales
Ejércitos (director general del Cuerpo de Ingenieros) y su recuerdo y su obra
quedó impresa en la Comandancia General de San Roque, en cuya ciudad moriría 58
años más tarde su nieto don Enrique Luis
Lotzen y Verboom, Marqués de Robén,
recibiendo sepultura en la Iglesia Castrense y trasladado más tarde a la de
Santa María Coronada de dicha ciudad: «El
Marqués de Robén. Este distinguido caballero nació en Barcelona, murió en
San Roque y su cadáver fue sepultado en la referida Iglesia Castrense. Era hijo
de don Lotario Lotzen de Auvech y doña Catalina de Verboom; nieto del
Excmo. Teniente General de Ingenieros, don
Próspero de Verboom, que trazó y dirigió la Línea de Gibraltar y demás
fuertes adyacentes; también trazó el Castillo de Figueras. El Marqués de Robén era Noble inmediato,
libre del Sacro Romano Imperio. Sus restos mortales fueron exhumados de la
sepultura en que yacían en la Castrense y trasladados a la Parroquia como igualmente
la lápida que los cubrían y lo colocaron delante del altar de la Divina Pastora
que está al lado del Altar Mayor donde se canta el Evangelio...».
En la iglesia Santa María Coronada en San
Roque, existía una lápida cuya inscripción es la siguiente: «Aquí yace don Enrique Luis Lotzen y Verboom, Marqués de Robén, Caballero de
la Orden de Santiago, Administrador de Lopera en la Calatrava, Teniente General
de los Reales Exércitos y Comandante General del Campo de Gibraltar, sirvió al
Rey 53 años. Su celo, piedad, prudencia, amabilidad, decoro y caridad hacen muy
recomendable su memoria. Murió el día 8 de abril del año 1789 a los 66 años y 6
meses de edad. Rueguen a Dios por su alma para que Requiescat in pace. Amén».
TERCER O GRAN SITIO DE GIBRALTAR
1779-1783
En 1773, el Gobernador Militar de
Gibraltar, general Robert Buyd, en
el acto de colocación de la primera piedra del King’s Bastión (Bastión del Rey), expresó su esperanza de que lo
vería desafiando a las fuerzas combinadas de España y Francia. Así fue
efectivamente el King’s Bastión, una
de las fortificaciones más poderosas construidas por los ingleses en Gibraltar.
Fue un desafío y una advertencia para cualquier ataque que España pensara
dirigir por la parte de la Bahía de Poniente. Pero lo más sorprendente de todo
era que mientras ellos construían tan poderoso bastión en Gibraltar, los
españoles no podían montar ni un solo cañón en su propio territorio, que los
ingleses no denunciaran con el mayor cinismo porque decían que significaba un
acto de hostilidad hacia aquella fortaleza. Mientras que por otra parte los británicos
Cárter y Dalrymple podían viajar
libremente por toda España, como así lo demuestra su libro: «Viaje por España y
Portugal 1774-1776». Como también en aquellos años, la guarnición de Gibraltar
era reforzada con tres regimientos de Haunover, unidades en las que Jorge III
de Inglaterra tenía gran confianza. Pero el refuerzo de mayor importancia que
la guarnición de Gibraltar pudo recibir en 1777, fue precisamente la
designación del General Jorge Augusto
Elliot como Gobernador Militar de la misma, como luego se pudo demostrar
cuando España sitió a la plaza dos años después.
«Era completamente distinto a todos los
que le precedieron, tanto por su modo de ser como por sus antecedentes. Tenía
entonces algo más de sesenta años, y era el más joven de los nueve hijos de un
terrateniente escocés. Había estudiado en la Universidad de Leyden y en la
academia francesa de Ingenieros Reales. Debido a ello hablaba correctamente el
alemán y el francés. Había servido en el ejército prusiano. En el británico fue
primeramente oficial de infantería, luego sirvió en los Granaderos Montados, y
en 1759 fundó su propio regimiento de caballería, «La Caballería de Elliot».
Nombrado segundo jefe de la fuerza que
tomó «La Habana», destacó de forma particular
«...por su proceder desinteresado y por poner coto a los horrores de los saqueos
indiscriminados que se hacían». Era un hombre al que admiraban amigos y
enemigos, «un soldado de gran integridad en su conducta» (decía Ayala). Uno de sus
subordinados, escribió de él, no sin alguna enquiña: «Es, tal vez, el hombre más
obstinado de este tiempo. Es vegetariano y sólo bebe agua. Nunca se permite
comer carne o beber vino. Nunca duerme más de cuatro horas seguidas; así que
esta levantado más tarde y más temprano que ninguno; se ha acostumbrado tanto a
la vida dura, que las cosas que parecen difíciles o penosas para los demás, son
cosas corrientes para él tornándose agradables. No sería fácil rendir a un
hombre así por hambre, ni fácil cogerlo por sorpresa. Apenas tiene necesidades y su vigilancia
no tiene precedentes».
En 1777 la tensión entre España y Gran
Bretaña aumentaba por momentos, pues Gran Bretaña tenía noticias de la llegada
a España en dicho ano del abogado virginiano doctor Arthur Lee, como representante no oficial de las Colonias
Americanas que se habían rebelado, así como de las compras efectuadas por Lee
en Bilbao de equipos militares. Desde finales de 1778, la vida en Gibraltar
seguía poco más o menos como antes; las relaciones entre el gobernador de Gibraltar y el
del Campo de San Roque se mantenían cordiales y familiares de oficiales de la
guarnición residían en San Roque y Los Barrios. El día 19 de junio de 1779 el
general Elliot se trasladó con un grupo de oficiales a San Roque para felicitar
a don Joaquín Mendoza Gobernador del
Campo, que había ascendido a Teniente General; «Los recibió muy fríamente y no invitó a nadie, a excepción de nuestro
gobernador, a tomar chocolate y alguna otra cosa, lo que nos hizo suponer que
entonces le habían insinuado algo de la ruptura que iba a producirse».
Dos días más tarde, Mendoza informó a Elliot que «acababa de recibir órdenes de
su Corte, de interrumpir todas las comunicaciones terrestres y marítimas con Gibraltar,
lo que fue llevado a efecto inmediatamente; el día 22, todos los súbditos británicos
que se encontraban en las cercanías de San Roque, incluso niños afectados de
viruela, fueron enviados a la guarnición; pero aquellos que se encontraban más lejos y que no podían regresar ese mismo día, ya no lo pudieron hacer y
fueron obligados a trasladarse a Portugal.
Carlos III tenía gran ilusión en recuperar las
usurpadas plazas de Gibraltar y Mahón perdidas a principio de siglo, aparte de
la enquiña que sentía y no sin razón contra Gran Bretaña la eterna vejadora de
España. Durante la insurrección de las Colonias Norteamericanas, España que por
sus intereses en aquel continente debería haber sido la primera en frenar las
ideas emancipadoras en el Nuevo Mundo por sus pactos de familias con Francia,
se vio en la encrucijada de tener que ayudar a ésta y, al mismo tiempo,
defender sus intereses en aquellas tierras. Entonces Carlos III piensa que una política acertada sería la de mantenerse
al margen del conflicto y ofrecerse como mediadora entre Inglaterra y sus
antiguas colonias. Ofrecía el Rey su mediación basada en tres cláusulas, las
cuales fueron rechazadas de plano por Inglaterra, ya que la primera de ellas
establecía una tregua de veinticinco años entre los sublevados y la metrópolis
para arreglar sus diferencias, lo que equivalía, a una previa concesión de su
independencia. Fracasados estos intentos mediadores se expresaba así Florideblanca: «Vuestra Majestad sabe también todos los esfuerzos, pasos, memorias y
trabajos que hice, de su orden, para evitar aquel rompimiento y, después de
sucedido, lo que repetí para lograr una reconciliación y restablecer la paz
bajo la mediación de Vuestra Majestad, que aceptaran ambas potencias. Todo el
tiempo que se consumió en estas negociaciones sirvió para aumentar Vuestra Majestad
sus prevenciones y armamentos, hacerse respetar, y obrar con ventajas en el caso de no tener efecto los deseos pacíficos de Vuestra Majestad, y ser
preciso, como fue venir una declaración de guerra».
Pronto se advirtió que el intento de
arreglo entre Francia e Inglaterra no era viable. Convencido de ello Florideblanca, decidió pactar con
Francia, firmándose en Aranjuez el día 12 de abril de 1779, un tratado de
alianza, defensiva y ofensivo, en cuyo artículo 7.° se apuntaba lo siguiente: «El Rey Católico por su parte, entiende
adquirir, por medio de la guerra y del futuro tratado de paz, las ventajas
siguientes: 1.°: La restitución de Gibraltar...» Y en 9.°: «Sus Majestades Católicas y Cristianísimas
prometen hacer todos los esfuerzos para procurarse y adquirir todas las ventajas
arriba especificadas y, de continuarlas, hasta que hayan obtenido el fin que se
proponen, ofreciéndose mutuamente no deponer las armas ni hacer tratado alguno
de paz, tregua o suspensión de hostilidades sin que, a lo menos, hayan obtenido
y asegurado respectivamente la restitución de Gibraltar y la abolición de los
tratados relativos a las fortificaciones de Dunquerque, o, en defecto de este,
otro cualquier objeto de la satisfacción del Rey cristianísimo».
El 16 de julio de 1779, España declara la
guerra a Gran Bretaña y Carlos III solicita
de sus expertos generales y políticos sugerencias de cómo tomar la plaza de Gibraltar
y casi inmediatamente surgieron proyectos de todas clases hasta un número de
69: «El
Conde de Aranda que no era un neófito en asuntos militares, que se pusieran
a la entrada de los fondeaderos escollos subácueos artificiales, donde tropezarán
los muchos buques aventureros que iban en socorro de los ingleses...» «El Conde de Estaing, creyendo necesario
desistir de la toma de la plaza por la fuerza o por hambre, inclinábase a
proceder de suerte que se disminuyera su precio, para trocarla con más baratura
por otra plaza o dinero efectivo. Consiguientemente, aconsejaba construir a la
orilla del Mediterráneo y costeando el Peñón lo más posible una línea de aproche con baterías de morteros para disparar bombas cuya
parábola pasara por encima de la montaña, sin dejar ninguna de sus partes, ni
la ciudad ni el puerto, al abrigo de estragos; con lo cual, y con el espaldón
construido muy al alcance de la plaza y con soltar en tiempo oportuno brulotes
contra los navíos y de los barcos cañoneros, bombas y balas rojas, se verían
obligados los ingleses a campar al raso y entre peñas, se les aumentarían las
fatigas y vendría a ser Gibraltar la fortaleza más molesta de todo el mundo».
El Teniente
General don Silvestre de Abarca juzgaba a Gibraltar inconquistable por
tierra, aunque a su modo de ver tenía un gran flanco por mar para rendirlo sin pérdida
muy grave. Partiendo de ese supuesto entendía don Silvestre de Abarca que el bloqueo presentaba dos objetos de
suma importancia: la conquista de la plaza por capitulación de sus defensores,
o la destrucción de la escuadra inglesa si se aventuraba a socorrerlos. Para
todo convenía elegir los meses de junio, julio y agosto, durante los cuales
dispararían las baterías avanzadas desde la línea contra las dos terceras
partes de la montaña y de la ciudad que estaban a su alcance, mientras el Jefe de Escuadra Barceló, con sus navíos,
las lanchas cañoneras y ocho bombardas, cada una con dos morteros a placa,
bordeaba todo el recinto y bahía y, derribaba el torreón que libertaba al
Muelle Viejo de ser enfilado y los baluartes de menos resistencia; llevando
1.000 hombres de los voluntarios de los presidios y al descubierto buen número
de escalas para cualquier accidente y para mantener a la tropa situada en un
continuo ejercicio y sobresalto. «Así el incendio de la ciudad, la ruina de sus
casas y almacenes, el no hallar la guarnición paraje alguno libre del efecto de
las bombas y de los múltiples rebotes de las balas, el consumo y malogro de
muchos víveres y utensilios, serían motivos suficientes para que el gobernador
clamara a su Corte por socorros, y aún llamara a la capitulación, si no le
llegaba al cabo de sesenta u ochenta días de ataque, en que había consumido
todas o la mayor parte de sus municiones. Si el Ministerio Británico por
acallar las voces populares, pretendía hacer mayor esfuerzo para auxiliar la
plaza, necesitaría combatir antes con los navíos españoles y franceses, que
estarían cruzando en los citados meses de verano a la boca del Estrecho, entre Cabo Espartel y Santa María; las fuerzas marítimas de Barceló podrían apresar las
embarcaciones de transporte que intentarían penetrar hasta la plaza,
destacándose de la escuadra en tiempo de entrar en combate y una vez interceptado
el socorro, la rendición de Gibraltar no se daría mucho».
También redactó un proyecto don Diego Bordick, uno de los
ingenieros directores durante el sitio de Gibraltar de 1727 (36). Otro proyecto,
«como el de levantar en La Línea una fortificación enorme, desde cuya eminencia
fuera posible batir la plaza de alto y bajo y, como el de rellenar las bombas
de una materia tan horrible mefítica que, al reventar, emponzoñaran con sus
exhalaciones y pusieran en fuga a los sitiados». «Aranda que no era ignorante
en asuntos militares, siempre había sido partidario de una acción para
recuperar Gibraltar y, afirmaba que la forma de hacerlo era invadir la Gran
Bretaña con 80 batallones de infantería y 50 escuadrones de caballería con
artillería de apoyo. La Gran Bretaña tenía ocho batallones en Irlanda y 21 en
la propia Inglaterra. España sólo podía reunir de 60 a 70 batallones y Francia
un número quizá mayor. El ejército español estaba formado, principalmente, por
campesinos acostumbrados a trabajar; duros, resistentes, abstemios, patriotas,
bien alimentados y vestidos. Su disciplina era buena (juicio de Dalrymple). España poseía 62 navíos de
alto bordo. De una manera general, sus tripulantes eran insuficientes y los artilleros, en particular, no estaban lo suficientemente
entrenados y sus oficiales incompetentes o de mucha edad (Luis de Córdoba y Córdoba tenía ya setenta años) y muy propensos a
tener sus puntillos de honor; pero los barcos eran excelentes y muy admirados,
temidos y apreciados por los marineros británicos. Francia tenía 73 navíos de
alto bordo, de los cuales 60 en aguas europeas. Francia y España podían haber
formado una flota más que suficiente para aniquilar a la Armada Real en el
Canal de la Mancha y desembarcar en Gran Bretaña un ejército aún más numeroso.
En vez de ello fueron diseminadas sus fuerzas en muchos frentes y sin ninguna
coordinación entre ellas.
Entre julio y septiembre había realmente
un ejército de 50.000 hombres preparados el Le Havre y St. Maló y una flota hispano-francesa de 65 navíos de
alto bordo cruzaba a lo largo del canal para impedir el envío de tropas a
América; pero para obligar a la Gran Bretaña a devolver Gibraltar y Menorca,
que era lo que el pueblo español deseaba para ir a la guerra, era una maniobra
sin ninguna utilidad. Ciertamente aparte del plan de Aranda, hubieron otros
proyectos de mucha imaginación, pero en realidad Carlos III no había captado bien algunas de estas ideas al enviar miles
de soldados y centenares de armas a la zona. Sostenía además que cada uno de
los cañones en el Peñón, particularmente los situados en «Willis» (o Ulises, como le llamaban los españoles) valía, sólo por
su situación, por dos, por lo menos, de los cañones situados abajo en el istmo.
«Creo que la reconquista por un ataque
frontal es moralmente imposible. Verboom,
Montaigut y Bordik, lo consideraban ya una locura en 1727. ¿Qué diría hoy cincuenta
y dos años más tarde durante los cuales el enemigo no ha dejado de mejorar sus
baterías en cada roca del Peñón y han profundizado y perfeccionado el sistema
de inundación?.
Abarca sugirió que unos 136 cañones y 60
morteros debían mantener distraídos a los cañones y defensores de la cara Norte
del Peñón, mientras que un pleno apoyo naval de 120 cañones del 24, montados
sobre viejos armazones y morteros sobre balsas deberían atacar las defensas
costeras del Sur y, después de silenciarlas, podrían penetrar 50 balsas de
desembarco de infantería y otras ocho con cañones de a 24.
Green disponía de 43 cañones en Rosia Bay (Bahía del Rosia) y 32 en Punta Europa. Es muy posible que el
fuego concentrado de 120 cañones de a 24, más apoyo de la artillería de los navíos
de alto bordo pudieran haber abatido a los defensores de uno u otro de estos
puntos y permitido, tal vez, establecer una cabeza de puente. La flota española
podía haber concentrado para mantener abiertas las líneas de comunicaciones e
impedir la llegada de cualquier fuerza de socorro, si los defensores del
interior de la cuidad prolongaban el combate. Este plan tenía la virtud que no requería
nada que no estuviera ya disponible. Pero Carlos
III le pareció muy simple, el hecho de que fuera de un español, y tal vez
esa fuera la causa que no le diera importancia. Pero dio preferencia a la obra
del ingeniero Jean Claude Le Michaud
d’Arcon; las baterías flotantes.
Sobre este tema convendría recordar que
un proyecto muy parecido fue ya presentado en el año 1732, por don Juan de Ochoa, oficial de la
Marina, que envió al Marqués de Scotty,
para que a su vez lo remitiese a Felipe
V y le diera su aprobación. Se trataba de la «barcaza espín» y del «proyectil
articulado» o «bala tenaza». Pero
hablemos primeramente de la «barcaza
espín»: «Esta era un casco de ordinaria capacidad, con ocho cañones por
banda y otros tantos remos cada uno colocado entre porta y porta y provisto de
espolones de hierro, uno de superior tamaño en la proa y ocho a cada costado
precisamente debajo de los cañones. Tenía una especie de tinglado formado por
grandes portas de que se componía la cubierta, completándose este blindaje con
otras portas que cerraban por la popa y por la proa de dicha cubierta. El autor
aconsejaba que, de hacerse el casco exprofeso, se fabricase lo suficientemente
fuerte para resistir el peso de los cañones y que se cubriera luego «con planchas
de hierro de un dedo de grosura» a partir de la misma quilla; y advertía, por
último, que abriendo las cubiertas y arbolando el casco podía navegarse con la barcaza por donde coviniere. La «barcaza
espín» es el fundamento de las baterías flotantes ensayadas contra
Gibraltar por D’Arcon, cincuenta y dos
años después, de desastroso resultado por haberse prescindido de las planchas
de hierro que proponía Ochoa». La «bala-tenaza» era un proyectil que
incorporaba en él dos mitades de una bala de cañón, conectada entre sí por
medio de dos barras de secciones triangulares que se unían a su vez con una
bisagra. Era como si se tratara de unos alicates o cortafríos que podían
abrirse y cerrarse. Para preparar este dispositivo para su utilización se
acoplaban los dos ejes unidos por la bisagra por medio de dos medios cilindros
de madera, que se ataban a su vez fuertemente sobre las dos secciones
triangulares con una cuerda. En tales condiciones, este proyectil peculiar se
podía cargar en el cañón en forma similar a la de un proyectil normal. Al
realizar el disparo la cuerda se quemaba, los semicilindros de madera se
desprendían y las dos mitades unidas por las bisagras se abrían y giraban. Los
bordes de este disparo giratorio, al ser triangulares, actuaban como una
cuchilla y podían cortar fácilmente el mástil de un barco, las cuerdas o
cualquier otra cosa que se encontrase en su camino y producir verdaderos
destrozos en las velas. Disparado a corta distancia contra un grupo de hombres
formados, e incluso contra caballos, sus efectos, como bien cabe imaginar
tendrían que ser enormes. Realmente, el principio básico en que se fundamenta
este instrumento resultaba similar al de la «bala-cadena», ya utilizada por los españoles en sus tiros sobre la
guarnición del día 3 de mayo de 1727. Las «balas
de palanqueta» y «balas encadenadas»
para batir la arboladura de los buques, ya se conocían en el siglo XVII, lo
mismo que las «balas de puntas de
diamantes», las «balas rasas»,
las «balas rojas», «polladas», «carcasas» y «balas de
iluminación».
Hasta aquí hemos relacionado en síntesis los diferentes proyectos para la toma de Gibraltar, como el uso de algunos tipos de bombas y balas utilizadas por la artillería de todos los países, para ya concretarnos en los preparativos e inicio del tercer o gran sitio de Gibraltar. Pues mientras el General Mendoza fue Gobernador del Campo de San Roque, no se disparó un solo tiro por ninguna de las partes contrincantes, aunque la guerra ya se había declarado el 16 de julio de 1779, pero en cuanto dicho general fue sustituido por el Teniente General don Martín Álvarez de Sotomayor y la flota del Almirante don Antonio Barceló entraba en la Bahía de Algeciras, daba comienzo oficialmente el asedio o bloqueo de la plaza de Gibraltar. En esta ocasión Álvarez de Sotomayor ordenó al jefe del fuerte de Santa Bárbara que disparase un cañonazo, como aviso de que se rompían las hostilidades entre La Línea y Gibraltar. Correspondiendo a este aviso, los cañones de Gibraltar que no habían disparado desde el sitio de 1727, abrieron un nutrido fuego hacia el Norte, pero como ...«Los primeros disparos de nuestras baterías cayeron muy lejos de las líneas españolas, tuvimos que elevar el tiro considerablemente». Durante ese día y su noche se dispararon quinientos tiros y granadas, y esto ocurrió durante dos meses, salvo el fuego ocasional que se hacía desde el Fuerte de San Felipe, contra los barcos o navíos británicos que se acercaban demasiado a dicho fuerte.
Con el General
don Martín Álvarez de Sotomayor, llegaron a San Roque los Generales don Ladislao Habor, el Marqués de la Torre y el Conde de Revillagigado, al mando de
doce escuadrones de caballería, entre ellos cuatro de Dragones que mandaba el Marqués de Arellano, mil artilleros,
cuatro batallones de infantería, dos de Guardias Españolas y otros de Guardias Walonas, más otras fuerzas
sacadas de los regimientos de «América», «Aragón», «Cataluña», «Guadalajara»,
«Soria» y «Saboya». La artillería la dirigía don Rudesino de Telly y los Marqueses
de Montehermoso de Zayas y Torremanzanal
y la infantería la mandaba el Mariscal de Campo y Mayor General de Infantería, don Antonio Oliver, estableciendo sus campamentos
en la falda de Sierra Carbonera y cortijos de Benalife y Buenavista.
Entre los meses de julio a septiembre de 1779 no ocurren acontecimientos dignos
de mención entre ambos contendientes, pero si aumentan las fuerzas en el
campamento español, que en el mes de octubre ya ascienden a 14.000 hombres, que
son alojados en barracones de madera levantados para ellos y protegerlos de las
inclemencias del tiempo. Los batallones de infantería y escuadrones de
caballería realizan ejercicios y entrenamientos, pero sin emprender ninguna
acción ofensiva. Por otra parte, los trabajos de fortificaciones y
emplazamientos de cañones y morteros en el istmo prosiguen sin interrupción.
Todo parecía una táctica de sitio, pero en realidad se trataba de un bloqueo, aunque el fin fuera idéntico, rendir la plaza por hambre,
interceptar los suministros por mar, para lo cual la escuadra del Almirante
Barceló se encontraba en la Bahía de Algeciras. Pero pese a tan gran cantidad
de fuerzas españolas de infantería y caballería desplegada ante Gibraltar, este
sitio de 1779 era más bien un duelo de artillería entre cañones navales y
terrestres, pues el Peñón con su predisposición natural, reunía las
disposiciones ideales para el emplazamiento de cañones, que desde sus cumbres y
ángulos laterales podían batir eficazmente con sus fuegos las posiciones
españolas abajo en el istmo y el contorno costero.
También en ese mes de octubre se establecieron
en Jimena de la Frontera y a un cuarto de legua de San Roque, dos fábricas de
bombas y cañones, una cerca del pueblo sobre el río Hozgarganta y otra en las riberas del Guadiaro, en tierras
lindantes con la dehesa de la Herradura. La primera llegó a funcionar y prestó
grandes servicios a las necesidades del sitio, pero la segunda fue abandonada
antes de inaugurarse después de haberse gastado tres millones de reales en su
construcción. Al parecer estas fundiciones de bombas y cañones en Jimena, deben
estar muy relacionadas con una carta y plano que se conservan en el Archivo
General de Simancas, cuyo texto en francés dice lo siguiente: «Bessein de l’établissement que les Srs.
Drustet Poitecin offrent de construirse auprés du village de Ximena en Adalouzie,
pour la fonte de canons en ferret leur forage» (S.F.). Coetes, 2 octubre 1757.
Escala de 85 mm. los 12 toises... Tinta negra. Con explicación, 477 x 326 mms.».
Mientras tanto, el bloqueo se mantenía en vigor y
aunque la posibilidad de un asalto era inminente, las trincheras y caminos
cubiertos avanzaban en zig-zag protegidas por obras blindadas acercándose mucho
a la base del Peñón, con la idea tal vez de echar faginas al foso de Puerta de
Tierra y penetrar en la plaza por esta brecha. Por lo que se desprende de los
informes obtenidos por los servicios de información de la época, el 4 de
octubre de 1779, la guarnición de Gibraltar contaba para su defensa con las
siguientes dotaciones de hombres y cañones:
GUARNICION
Ingleses ....................................................................................................................... 3.026
Genoveses voluntarios ............................................................................................... 200
Artilleros
....................................................................................................................... 400
Hannoverianos............................................................................................ ……. 1.184
Judíos .......................................................................................................................... ... 500
5.310
En hospitales .................................................................................................................. 410
Total
efectivos
..................................................................... •............................. 5.720
ARTILLERIA
CAÑONES MORTEROS
En la Puerta de Tierra y sus avenidas....................... 120 22
En la montaña.....................................................................
84 18
En los lienzos de murallas y Punta de
Europa (Todos marinos)...........
203 6
Total bocas de fuego 407 46
ALMACENES
«Número componentes de cañones, morteros, cureñas
y afustes para respeto y abundantísimas municiones y armas de todas especies».
«Harina para cinco meses, aunque alguna de ésta,
con gusanos, empezada a dañarse. Legumbres de toda especie para ocho meses,
vino, aguardiente, licores, la mayor parte procedente de las presas que
hicieron por igual tiempo».
«Agua abundantísima, aun antes de las lluvias que
se han experimentado».
«Leña suficiente para seis meses, y con la mira
de economizarla se han deshecho varios barcos inútiles y se distribuyen al
común».
«Cebada y paja para los caballos de los jefes, la
precisa y el poco ganado de tiro que se ha conservado».
«Se distribuyen diez onzas diarias de pan, ocho
de carne salada, doce de menestra por plaza, y no hay carne fresca ni aun para
los enfermos, exceptuando la poca que facilita alguna entrada extraordinaria.
Desde el bloqueo no ha entrado más que una embarcación holandesa, que dejó
arroz y menestras y lo poco que han llevado de Tetuán a Tánger».
«Los ingleses permanecen muy alentados y en
ánimos de sostener al Gobierno hasta el último extremo, y, al contrario, los
Hannoverianos no cesan de manifestar su disgusto».
«Los judíos imitan a los ingleses y los genoveses
ofrecen poca esperanza. Parece furor el empeño con que trabajan para colocar
nuevas baterías en las avenidas de la Puerta de Tierra y muralla que sigue al
Muelle Viejo».
«Desde que principiaron el fuego hasta el presente
día, han construido una porción considerable de barracas en la Punta de Europa,
con las cuales forman una especie de población que se deja inferir que es para
abrigarse en el caso de ser sorprendidos y atacados».
El día 12 se septiembre, la artillería
inglesa abre nuevamente fuego contra las líneas españolas desde las baterías de
«Green», «Lodge», «Willis», «Queen Charlotte». En aquel amanecer del día 12 de septiembre de
1779, la señora Skinner, esposa de
un oficial de la Compañía de Artificieros Militares, fue llevada a una nueva
batería montada a 900 pies de altura, donde la esperaba el propio Gobernador de
Gibraltar, General Elliot. En su
presencia se le explicó cómo se disparaba un cañón y acto seguido se le entregó
una mecha encendida, indicándole que la arrimara al oído de un cañón de 24
libras y que aplicara la llama en cuanto le dieran la orden. En aquel momento
el Gobernador se quitó la gorra y exclamó las siguientes palabras a los presentes:
«Ingleses dad en el blanco». Acto
seguido la señora Skinner aplicó la
llama al orificio del arma y el primer cañonazo retumbó en el espacio, al que
siguieron todas las demás baterías de la roca. Ante tan terrible bombardeo de
los cañones ingleses, era lógico esperar una furiosa réplica de las baterías
españolas, pero ante el asombro general, estas solamente respondieron con varias
andanadas, pero al observar Elliot que
las granadas enemigas caían sobre el empedrado de las calles, mandó levantarlo
y derribar las agujas de las torres y todo aquello que pudiera servir de punto
de mira. Esta medida era una práctica corriente en las ciudades sitiadas desde
el siglo XVI.
Al iniciarse el bloqueo de Gibraltar en
julio de 1779, las fuerzas navales de Barceló
las formaban un navío, tres fragatas y goletas, pero poco tiempo después
estas fueron reforzadas con un navío más ocho jabaques y 32 galeotas. En
realidad, podemos decir que el arma más eficaz empleada por Barceló, contra la
plaza fueron las lanchas cañoneras.
«La primera vez que se vieron —escribe en
un informe el Capitán Sayer—, nos causaron
risa; pero no pasó mucho tiempo sin que se reconociera que constituían el
enemigo más temible que hasta entonces se había presentado, porque atacaban de
noche y empleando las más pequeñas, eran imposible alcanzar su diminuto bulto. Noche
tras noche, enviaban sus proyectiles por todos los lugares de la plaza, obligando
mudarse a los vecinos, sin dejarles un momento de reposo. Este bombardeo nocturno
fatigaba a los soldados más que el servicio de día». Las lanchas cañoneras de Barceló llegaron a ser tan mortíferas, que
el Gobernador Elliot para
contrarrestar su eficacia mandó formar dos bergantines y dos pontones armados
de cinco piezas de grueso calibre, los cuales, protegidos por el fuego de las
murallas, lograsen impedir su destructora acción, con grave perjuicio para el
vecindario. Estas cañoneras inglesas las mandaba el Capitán Curtís.
En enero de 1781, la flotilla de lanchas
cañoneras crecía a impulso de un ininterrumpido trabajo. Ni por un solo momento
cesaba el martilleo en los varaderos de Palmones
y Guadarranque; así el 18 de ese mismo mes y año, mientras en la plaza se
celebraba con fiestas el aniversario de la victoriosa entrada de Rodney en la Bahía, frente a esta
ciudad de Algeciras, renacida de entre los escombros de su pasado, hacían
pruebas con las bombarderas, de las que el alto mando quedó satisfecho y Barceló deseoso de emplearlas en su
estrategia náutica. Una acción llevada a cabo por las lanchas cañoneras fue
contra el navío «Panther», tres fragatas y cuatro goletas fondeadas en el Muelle Nuevo, que el almirante Rodney había dejado para la defensa de la plaza. El almirante
Barceló concibió el plan de incendiar aquellas naves. Las lanchas cañoneras
les harían frente mientras navíos de línea, mandados por él ocuparían la boca
de la Bahía cortándole la huida. AI mismo tiempo el General Sotomayor distraería la atención de la plaza bombardeándola
desde el istmo. A punto el plan, acometieron las lanchas a la fragata
«Enterprise»; pero vigilante su Capitán
Lesly abrió fuego sobre ellas hundiendo algunas y obligando a las otras a
retirarse a Algeciras. Puede decirse que esta fue la única acción digna de
mención en aquellos meses.
Sobre la personalidad y justa fama
militar del Almirante don Antonio
Barceló, los datos biográficos recogidos en este capítulo dicen lo
siguiente: Antonio Barceló Pont de la
Torre, nació en Palma de Mallorca el 31 de diciembre de 1716, hijo de Onofre Barceló y de Francisca Pont de la Torre. Una familia
de ascendencia marinera, curtida en la lucha contra los piratas berberiscos. En
ese ambiente marinero creció Antonio
Barceló y aprende la profesión navegando junto a su padre en el barco Correo
de Barcelona a Palma. Y aunque el no haber cursado estudios representaba un
serio obstáculo para su carrera de marino, ello no impide que por una Real Orden
de 1735, se le nombre patrón del jabeque-correo de Mallorca. A los 18 años de edad
consigue el título oficial de Piloto 3.° de los mares de Europa. Así cuando
tenía 22 años, el buque donde él servía fue atacado por dos galeotas
berberiscas, cuando prestaba un servicio de transporte de tropa. Su valerosa
decisión logró poner en fuga a los barcos piratas y salvar a las tropas que
transportaba. Esta acción le vale que el gobierno lo recompense y por Real
Despacho de 6 de noviembre de 1738, se le concede el grado de Alférez de
Fragata de la Real Armada de Carlos III.
En 1749 y después de numerosos servicios, es ascendido a Teniente de Fragata
con carácter honorífico. En 1769 por sus hazañas contra los piratas berberiscos
alcanza el grado de Capitán de Navío y una pensión vitalicia de 12.000 reales
anuales. Seis años más tarde, en 1775, Barceló interviene en la desgraciada
expedición a Argel, ya con el grado de Brigadier y por su importante intervención
en la protección del reembarque de las tropas le vale la estima y la fama entre
los altos mandos de la Armada. Cuando se establece el bloqueo de Gibraltar, en
1779, Barceló ya contaba 63 años, siendo
el más viejo de los jefes navales españoles que también intervinieron en el mismo,
como Córdoba, que tenía 59 años, y Lángara, 44. Por ello, cuando Barceló interviene en el citado bloqueo, ya viene precedido de una justa fama como
marino intrépido y glorioso, como se demuestra por la leyenda popular. A Barceló se le llamaba en muchas partes,
tal vez por corrupción de la palabra Marceló
y del que existen varios dichos: «Pasar más aventuras que Barceló por la
mar». «Ser más valiente que Barceló por la mar». «Ser más conocido que Barceló
por la mar». Las referidas expresiones aluden, qué duda cabe, al mallorquín don Antonio Barceló, que se hizo famoso a mitad de su siglo por las
persecuciones que llevó a cabo contra los corsarios moros que infestaban las
costas de España. Barceló era al terror de los piratas. Sus memorables hechos
llegaron a oídos de Carlos III, el
cual lo recompensó nombrándole, en 1762, Comandante de los Reales Jabeques.
Entonces persiguió incesantemente a los moros, de tal suerte que en 1769 había
hecho prisionero al famoso Sahim,
con más de mil seiscientos piratas, echando además a pique o apresando diecinueve
buques y liberando a muchísimos cautivos cristianos. Su lema era: «A la
mar voy; mis hechos dirán quién soy». Al fin de sus días fue víctima de
la injusticia y falleció el 30 de enero de 1797. Barceló, de simple grumete
llegó a Jefe de Escuadra de la Real Armada de Carlos III. Sus proezas en el
sitio de Gibraltar quedaron inmortalizadas, por la musa popular, en esta copla:
«Si el Rey de España tuviera
cuatro como Barceló.
cuatro como Barceló.
Gibraltar fuera de España
que de los ingleses, no».
que de los ingleses, no».
En Andalucía, el vulgo dice Barselón en
vez de Barceló. Y una copla andaluza, que cita Montoto en paquete de cartas,
convierte en pirata a Barselón, dice así:
«Tengo que pasarme al moro
y tengo de renegar;
tengo de ser más pirata
que Barselón por la mar».